martes, 28 de junio de 2016

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

"La relación del hombre y la tierra, o de la sociedad y la naturaleza en términos más globales, ha despertado siempre una serie de ideas contradictorias en la geografía. Más allá de la polémica, casi interminable, esta relación consiste básicamente en una compleja trama donde ambos elementos se modifican y condicionan mutuamente en una situación dinámica y cambiante".
Carlos E. Reboratti.
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PROYECTO DE INVESTIGACIÓN

TEMA
"Una investigación sobre los efectos negativos de la erosión hídrica en Aldea Santa María, provincia de Entre Ríos".

PROBLEMA
¿Existe una relación directa entre la extrapolación de técnicas agrícolas inadecuadas y la degradación de los suelos de la región?

JUSTIFICACIÓN
A partir de la observación de las técnicas de conservación de los suelos que se viene llevando a cabo desde hace un tiempo en la mayoría de los campos de Aldea Santa María, se intentará demostrar la existencia (o no) de una relación entre las prácticas agrícolas que los inmigrantes ruso-alemanes aplicaron en la región y la degradación acelerada de las tierras de cultivo.

OBJETIVOS
Reconocer el estado primigenio del ecosistema y el tipo de suelo existente; describir el proceso de población y posterior expansión de la frontera agrícola; analizar el proceso de la erosión hídrica, sus causas y consecuencias; comprender el desarrollo de la relación sociedad-naturaleza en cada momento histórico y el efecto de la misma sobre el territorio.

DELIMITACIÓN TEMÁTICA
Espacio: Aldea Santa María y su zona de influencia, provincia de Entre Ríos, Argentina. Tiempo: desde el año 1880 hasta la actualidad.

DISEÑO DE LA INVESTIGACIÓN
El trabajo sigue un modelo bibliográfico complementado con la observación y el relevamiento de la zona de investigación.
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INTRODUCCIÓN

El presente trabajo de investigación aborda el problema de la erosión hídrica de los suelos, comenzando por una visión general de las causas del proceso para centrarse luego en la ocurrencia puntual del mismo en Aldea Santa María, pequeña localidad ubicada en la provincia de Entre Ríos.
Para ello fue indispensable recurrir a la interdisciplinaridad como un camino absolutamente inevitable al momento de tener que explicar las relaciones existentes entre la sociedad y la naturaleza. Los conocimientos y la terminología propios de la edafología, de la agronomía y de la ecología enriquecen el trabajo y a la vez se amalgaman con los aspectos históricos y los detalles geográficos.
Tanto la complejidad del fenómeno como la enorme influencia que ejercieron los diversos actores involucrados en la ocurrencia del proceso, forzaron la inclusión de dos ejemplos que ayudan a comprender cómo determinadas sociedades se apropiaron del espacio y comenzaron a producir un cambio que a la larga terminaría afectándolas muy seriamente.
¿Qué aspecto presentaba la zona de investigación hace ciento veinte años? ¿Existía proclividad de los suelos a la erosión? ¿Quienes fueron los alemanes del Volga? ¿Porqué se radicaron en nuestro país? Estas constituyen solo algunas de las tantas preguntas que van encontrando respuesta a medida que se avanza en la lectura del trabajo.
El mismo está dividido en dos partes bien diferenciadas. En la primera se describen y analizan todos los aspectos teóricos necesarios para lograr una cabal comprensión del proceso de la erosión hídrica de los suelos. La segunda parte propone una visión fisiográfica de la región mesopotámica para luego focalizar la atención en la ocurrencia del problema en Aldea Santa María.
La investigación va mucho más allá de la simple búsqueda de una respuesta al problema principal que se plantea, ya que el interjuego de las diversas escalas de análisis involucradas hacen que la aparición de nuevos conceptos se transforme en una constante que enriquece mucho más el carácter geográfico de la misma.
Quizás los lineamientos que se han seguido no se ajusten estrictamente a las concepciones clásicas a los que muchos investigadores pueden estar acostumbrados; pero encaja perfectamente dentro de los parámetros que intentan definir la nueva visión que debe brindar una geografía renovada. Solamente así se comprenderá la misión que a esta le cabe a las puertas del siglo XXI: comprender el porqué las cosas están donde están y que es lo que con ellas va a pasar.
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PRIMERA PARTE

1 - LA NATURALEZA HUMANIZADA

La degradación de los recursos naturales, especialmente en las naciones de América Latina es el problema ecológico más grave que enfrentan estos países. Más aún porque su futuro depende del uso eficiente de esos recursos. Su mal uso y degradación empobrece a los Estados y envilece al medio ambiente. Es un patrimonio incalculable en cuya pérdida no solo han actuado y continúan actuando negativamente los agentes económicos de la dependencia y de la libre empresa, sino que también confluyen elementos culturales y socioeconómicos que son, en su gran mayoría, engendrados en el subdesarrollo.
El hombre utiliza o podría utilizar para su alimentación, generación de energía, construcciones y fabricación de todo tipo de bienes materiales, seres vivientes y sustancias minerales del planeta Tierra. Todo esto se engloba como recursos naturales, y si se regeneran cumpliendo un ciclo se los considera recursos naturales renovables. Caso contrario son considerados recursos no renovables. Puede que algunos materiales orgánicos y la mayoría de los recursos inorgánicos no sean renovables en el corto lapso del tiempo humano; pero sí en el largo tiempo geológico. Este es el caso de los sedimentos de origen orgánico que se hallan acumulados en los fondos oceánicos y que pueden sufrir grandes metamorfosis a tal punto de generar rocas sedimentarias o incluso enormes yacimientos de hidrocarburos. Estos son procesos geológicos de extensa duración y que pueden originar gigantescos depósitos minerales, incluyendo los de petróleo, razón por la que son considerados como recursos no renovables. Al respecto, algunos geógrafos consideran que estos "se forman tan lentamente que, desde un punto de vista humano, las limitaciones en el suministro pueden considerarse como fijas" (Haggett, 1994).
Los recursos naturales renovables son los recursos bióticos animales y vegetales, y otros abióticos como el agua y los suelos, con una dinámica propia que motiva su permanente renovación. Haggett los denomina "de flujo", y sostiene que "son recursos que son recurrentes pero variables en el tiempo... y se miden normalmente en términos de output durante un cierto tiempo... Pueden subdividirse en aquellos cuyo bajo nivel de flujo no se ve normalmente afectado por la acción humana y aquellos que demostrablemente se ven afectados" (Haggett, 1994).
Los elementos constitutivos de los recursos de flujo, carbono, hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, fósforo, etc., se encuentran en permanente circulación en la naturaleza a través de los denominados ciclos biogeoquímicos.
La renovación total o parcial de la biomasa, en el caso de los recursos bióticos, depende de las características biológicas del recurso y de las condiciones del medio ambiente. Algunos microorganismos, bajo determinadas condiciones, renuevan su biomasa en unas pocas horas; mientras que los animales y vegetales superiores pueden tardar decenas y aún cientos de años. También existen recursos renovables no bióticos que sufren procesos de transformación y regeneración permanente como es el caso de las aguas y los suelos.
"Tanto los ecosistemas naturales como los agroecositemas, son sistemas de producción de recursos renovables que se van generando a diferentes niveles tróficos: primario (vegetales), secundario (hervíboros), terciario (carnívoros). Los campos cerealeros, de oleaginosas, de pastoreo, las granjas avícolas, los tambos, las praderas naturales, los ríos, lagos, mares y océanos, son los ecosistemas principales de cuya producción constante y equilibrada depende la economía del hombre" (Campbell, 1985).
Las rocas, los minerales y los combustibles fósiles constituyen los recursos naturales no renovables. Muchos minerales pueden ser reutilizados aunque no hayan podido recuperar su composición original, como es el caso del cobre, el hierro y las piedras preciosas; pero muy por el contrario, se pierde toda posibilidad de reutilizar los combustibles fósiles (carbón, petróleo), las rocas sedimentarias (yeso, cal) y los minerales radiactivos (hasta hoy).
Existen recursos naturales no renovables considerados inagotables, como la energía solar. Producto de ella son todos los organismos y otras formas de energía (eólica, hidroeléctrica).
"El suelo como recurso natural imprescindible involucra al hombre como persona en todas sus dimensiones, explicita las interacciones CTS (ciencia-tecnología-sociedad), provoca una reacción de compromiso colectivo por mejorar la calidad de vida y muestra a su vez la vertiente humanista de la ciencia" (Brailovsky y Foguelman, 1990). Es la superficie sólida sobre la cual el ser humano asienta sus viviendas y desarrolla su vida, una delgada capa de algunos decímetros que se ha formado por la acción de diversos factores climáticos y de los seres vivos sobre las rocas.
Así, el suelo que cubre las rocas de la litósfera, se compone de materiales provenientes de las rocas de la superficie de la Tierra y de materiales orgánicos. Ambos son partícipes de procesos de desintegración mecánica y de cambios químicos. "Este proceso de formación es muy lento. En efecto, un suelo de 30 cm. de espesor puede haber necesitado desde cientos a miles de años para su maduración. Los tiempos involucrados en su génesis hacen que deba considearse al suelo como un recurso no renovable o difícilmente renovable" (Fascículo Nueva Escuela Nº 6, 1993).
Pero los recursos naturales no son tales sin la participación del hombre. Los humanos obtienen la energía para su propia subsistencia de los renovables, o de flujo, y transforman los no renovables por medio de máquinas y herramientas. El hombre actúa como una potencia natural, razón por la cual los recursos humanos son los disparadores de la energía acumulada en los recursos naturales. Por ende, de su capacitación y fuerza de trabajo depende el uso racional, adecuado y permanente de los recursos renovables o de los no renovables.
Peter Haggett, tratando de definir la conservación de los recursos, menciona una definición muy citada que dice que "la conservación de los mismos es la programación de la utilización de los recursos de modo que se logre el mayor rendimiento durante el mayor periodo de tiempo posible para el mayor número de personas... Esto encaja muy bien con los recursos renovables... aunque resulta de aplicación menos sencilla para los no renovables". Luego de analizar algunos aspectos de la explotación de los mismos y de la viabilidad de la aplicación de ciertas políticas de conservación a las que considera "excesivamente cautelosas", concluye diciendo que si realmente deseamos hacer el mejor uso posible de los recursos no renovables sería coherente utilizar en primer lugar los más baratos y los mejores, y después sí hechar mano a los menos accesibles. Pero el tiempo es una cuestión esencial, y una definición más útil de la conservación de los recursos que la anterior es sencillamente "la elección del momento óptimo en que utilizar los recursos naturales".
De todos modos, lo que no queda del todo claro en el caso de la utilización del recurso suelo, es la aceptación de la posibilidad de que el momento óptimo para su uso sea el momento en el que se utilizó, y menos aún cómo y para qué se utilizó.
Es innegable la relación hombre-recursos naturales, tal como ya fue planteada. Igualmente es incuestionable que esa reciprocidad del hombre con la naturaleza se ha ido modificando a lo largo de su evolución. Bajo su responsabilidad (o irresponsabilidad), ha construído y deconstruído el medio, ha cambiado los paisajes y ha degradado ambientes. De la misma manera, los suelos han acusado el impacto de la degradación. Algunos naturales y otros relacionados con la propia actividad humana. Estos últimos tienen que ver con la evolución de los asentamientos y con el surgimiento de las prácticas agrícolas.
"Desde el punto de vista ecológico la agricultura es una forma extrema de simplificación de un ecosistema, en tanto restringe su diversidad biológica a un mínimo de componentes: el cultivo, sus malezas y sus plagas, representadas éstas por muy pocas especies y por poblaciones muy homogéneas. En realidad, cuando se realiza la selección artificial para la obtención de cultivares, involuntariamente se están seleccionando también las malezas y las plagas que competirán con, o predarán, el cultivo mediante el desarrollo de un coincidente ciclo biológico" (Brailovsky y Foguelman, 1990). Pero a pesar de la artificialización, es el manejo de la agricultura el que asegura mayores producciones. Y el hombre siempre ha tratado de superar el límite de productividad buscando el máximo excedente cosechable.
Detrás de esa búsqueda y bajo el impulso de una agricultura arrolladora, los ecosistemas fueron sufriendo una gran transformación. Los manejos aplicados hicieron que vastas regiones cambiasen su fisonomía primigenia por un suelo construído, un suelo resultante del desarrollo humano, tan humano como una ciudad o cualquier otro producto cultural.
La relación entre una población (por ejemplo de seres humanos) y su entorno, a través del suministro alimenticio, es un ejemplo de ecosistema. Y la palabra ecosistema es el término abreviado de "sistema ecológico", donde la palabra sistema está definida como "un conjunto de componentes y las relaciones entre ellos". A la ecología se le asigna el rol del estudio de plantas y animales en relación a su medio ambiente. El primero en utilizar el término "ecológico" fue el biólogo alemán Ernst Heinrich Haeckel allá por 1868 al describir la relación de las plantas y su medio ambiente.
A su vez, el medio ambiente de un organismo puede definirse como todos aquellos objetos y fuerzas externos con los que este se relaciona, o por los que resulta afectado. En esta definición se incluyen otros organismos, entre ellos distintos miembros de la misma especie. Por lo tanto, en ecología humana, "el ambiente de la especie incluye otros grupos humanos (el ambiente social), planta y animales, el clima, los recursos naturales, etc. Así, los ambientes pueden clasificarse según las características que exhiben, y determinados grupos de atributos (como pluviosidad media, temperatura, condiciones edáficas, vegetación) presentan formas típicas de vida animal. La mayor de estas unidades ambientales que emplean los ecólogos (y también los geógrafos) es el bioma... y en algunas ocasiones se consideran zonas intermedias entre dos biomas" (Campbell, 1985). Es importante aclarar que a lo largo de la investigación se observará la existencia de inevitables vínculos entre geografía y ecología en muchos puntos, lo que responderá en buena medida a la influencia de la concepción ecositémica (o ecogeográfica) que se corresponde con los trabajos de los geógrafos Jean Tricart y Richard J. Chorley a partir de la década de 1970.
Como resultado de un largo proceso evolutivo los ecosistemas naturales alcanzan un equilibrio que resulta, a su vez, en la formación de comunidades estables. Cuando esta comunidad logra un equilibrio de outputs de flujos de energía, o sea cuando la sucesión ecológica ha concluido, se encuentran comunidades clímax: selvas tropicales, bosques de coníferas, sabanas y praderas. Bernard Campbell (Campbell, 1985) se refiere a este equilibrio como "la capacidad límite de un ambiente dado con respecto a una población determinada, nivel más allá del cual no tendrá lugar ningún aumento importante de la misma".
Pero no todos coinciden en esto. El geógrafo americano Carl Ortwin Sauer, citado por Rene Dubos (Dubos, 1986), señala que "el concepto clásico de clímax ecológico es un postulado que no refleja la realidad, ya que todo clímax supone el final de una corriente de cambio y la realidad ecológica es un estado dinámico; el equilibrio biológico no se alcanza nunca, porque las influencias naturales y humanas alteran continuamente la acción recíproca de los diversos componentes del ecosistema. Las comunidades finales o estables son excepcionales en la naturaleza e imposibles en presencia de la actividad humana. Toda forma de agricultura, incluso la más primitiva, implica la creación de ecosistemas artificiales. Dado que la mayor parte de la zona templada del mundo ha sido transformada por el hombre, el equilibrio de la naturaleza es, en el mejor de los casos, un concepto artificial y estático que no guarda relación con las condiciones que prevalecen en la mayor parte del mundo". Cuando el hombre interactúa en los ecosistemas naturales sobreexplotándolos, o bien modificando los factores abióticos (suelo, agua), seguramente se originarán cambios inevitables. Se producirá la rotura del frágil equilibrio ecológico y la consecuente caída de la producción, y esto perjudicará directamente a la sociedad.
El arqueólogo inglés sir Mortimer Wheeler estudió detalladamente entre 1930 y 1940 la historia de Mohenjo Daro, una ciudad-civilización que prosperó en los llanos del río Indo (actual Pakistán), entre el año 2500 y el 1500 a. de J.C. Esta civilización surgió y se desarrolló a la par, "en la misma época, que las civilizaciones egipcia y la de la mesopotamia asiática, pero difería de éstas en arquitectura, arte y tecnología" (Edwards, 2000). De todos modos, como las mencionadas, desapareció porque deterioraba su paisaje en forma constante. O sea que el entorno estaba siendo destruído a causa de una explotación excesiva o errónea.
La visión de Sauer es distinta y opina que "las zonas deterioradas del mundo son las explotaciones recientes, no las tierras de las civilizaciones antiguas". Sostiene su afirmación con el argumento de que la agricultura japonesa ha mantenido un nivel de productividad altísimo durante más de mil años sin afectar la fertilidad del suelo ni la belleza del paisaje. De igual manera muchas de las regiones de Europa occidental donde la tierra comenzó a ser cultivada por los pobladores del neolítico aún se mantienen fértiles tras varios miles de años de explotación casi ininterrumpida.
Pero estas opiniones divergentes acerca de las relaciones entre tierra y civilización pueden no ser compatibles. Todas las grandes civilizaciones orientales que terminaron con la fertilidad de su suelo estaban situadas en zonas áridas o semiáridas. Bajo tales condiciones climáticas, la productividad agrícola depende del riego y el suelo puede sufrir daños casi irreversibles con muchísima facilidad. Por el contrario, Europa occidental, Japón y otras regiones de Asia se benefician de un régimen de lluvias mayor y, sobre todo, más constante, que permite que el suelo se recobre con bastante rapidez de los posibles daños causados por una mala administración ecológica.
De todos modos, las condiciones climáticas no responden por entero acerca de la suerte que han corrido otras civilizaciones, como la maya en América, la khmer en Asia y otras culturas que surgieron en países húmedos; pero parece quedar lo suficientemente claro que la explotación desacertada de la naturaleza y el mal uso de la tecnología pueden destruir una civilización, con total independencia del clima, de la tierra y del sistema político.
Si bien la degradación ambiental del mundo moderno suele atribuirse precisamente a los excesos de la tecnología, lo cierto es que las raíces del problema parecen ser mucho más profundas. Este debate comenzó a plantearse a mediados del siglo XIX cuando George Perkins Marsh, un habitante de Vermont, Estados Unidos de América, visitó el Próximo Oriente y quedó sorprendido al encontrarse con ciudades desiertas, puertos sin dragar y vastos espacios vacíos en lugar de civilizaciones prósperas. Y queda muy claro que en ese caso no se podía culpar a la naturaleza de la aridez del suelo, de la destrucción de los bosques y de la conversión de lagos y pantanos en llanos de arena y sal. Marsh concluyó, acertadamente para algunos, que los errores ecológicos habían llevado al deterioro de la agricultura de los países mediterráneos y reconoció también que la calidad de los suelos en otras regiones del mundo se debía a la eficiencia y ponderación de las políticas agrícolas. Su libro titulado The Earth Modified by Human Action (La acción del hombre como agente modificador de la Tierra), publicado en el año 1874, abogaba por prácticas conservacionistas desde un punto de vista casi estrictamente agrícola.
En tanto Marsh hacía hincapié en la calidad de los suelos de cultivo, otra idea conservacionista cobraba vida: la que se esforzaba por salvar la calidad de la naturaleza. Un ecólogo, también estadunidense, Aldo Leopold (1887-1948), era el partidario más elocuente del nuevo movimiento, cuyo interés principal era la vida salvaje y la naturaleza en estado original. Leopold abogaba por una conciencia ecologista que rigiera todos los aspectos de la relación sociedad-naturaleza. Tenía mucha influencia como uno de los fundadores de la Wilderness Society, y se valió de ella para hacer que el gobierno norteamericano aprobara la protección de la primera reserva natural de América, situada en las fuentes del río Gila, en Nuevo México.
La poca influencia que tuvo Marsh se debió probablemente a que escribió su libro en una época en que los métodos agrícolas modernos producían enormes aumentos en las cosechas, por lo que sus enseñanzas y recomendaciones parecían estar fuera de contexto. Contrariamente, Leopold se hizo rápidamente de un considerable número de seguidores, pues el daño causado por las nuevas tecnologías hacía a la gente muy receptiva a sus comentarios a favor de una nueva ética de la relación sociedad-naturaleza.
A partir del siglo XX las ideas de Marsh se han desarrollado de dos maneras: están aquellos geógrafos que, mediante una detallada reconstrucción histórica, han estimado la magnitud de los efectos de la intervención humana. Esta reconstrucción se ha visto notablemente facilitada por las modernas técnicas de medición y control. En segundo lugar, un aumento de la preocupación académica por los efectos dañinos de la intervención humana en la calidad del ambiente ha creado una convergencia de disciplinas. El trabajo geográfico contemporáneo en este área se basa no tan sólo en sus largas tradiciones, sino en el trabajo paralelo de especialidades tales como la biología y la ingeniería.
Desde un punto de vista científico, la adopción de una actitud conservadora de la naturaleza se justifica por el hecho de que las consecuencias a largo plazo de las intervenciones humanas en los ecosistemas no pueden predecirse con certeza. La experiencia del pasado demuestra que muchas de estas intervenciones han causado trastornos ecológicos imprevistos, muy a menudo desastrosos para el propio ser humano. Este punto de vista coincide con el pensamiento del geógrafo de Chicago Harlan Barrows (1877-1960), cuya escuela de pensamiento comenzó a plantear las reacciones recíprocas existentes entre el ser humano y el medio ambiente, semejante a la de otras especies animales y vegetales.
El ingeniero argentino Roberto Casas sostiene que "la degradación de los suelos es el resultado de uno o más procesos que ocasionan la pérdida total o parcial de su productividad, afectando las propiedades físicas, químicas y biológicas" (Casas, 1998). En consecuencia resulta muy difícil efectuar una separación entre los distintos procesos de degradación que puede sufrir un suelo, ya que están muy íntimamente ligados y evolucionan en forma permanente en función principalmente del uso de la tierra por el hombre. Cuando esto sucede en zonas áridas o semiáridas el resultado final es la desertificación, un fenómeno que se retroalimenta. La desertificación genera mayor desertificación y el límite extremo es el desierto. Todos los biomas terrestres (selva, bosque, pradera, etc.) son susceptibles de degradación hasta alcanzar los grados máximos de erosión y pérdida de los estratos fértiles del suelo. Entre las principales causas de desertificación deben señalarse el desmonte incontrolado, las prácticas agrícolas inadecuadas, una deficiente utilización del agua y el sobrepastoreo. Todos estos fenómenos tienen su origen, a su vez, en causas bien diferentes como son el atraso socioeconómico, las tradiciones culturales, el uso y tenencia de la tierra y el rápido aumento de las poblaciones campesinas.
"Hacia principios del siglo XX la agricultura en la región pampeana argentina se expandió sobre suelos vírgenes, con elevados contenidos de materia orgánica y muy bien estructurados. En esa primera etapa, las labranzas con herramientas inadecuadas, asociadas a sequías climáticas y quemazones, no impactaban negativamente en los suelos en función de la elevada capacidad de recuperación del sistema (resiliencia), lo cual permitía mantener el ámbito original con muy escasa disminución de su capacidad productiva" (Casas, 2004). Después de ese periodo, se sucedieron en forma alternada etapas de incremento de la vulnerabilidad de los suelos con etapas de estabilización y recuperación parcial de la calidad perdida. Por lo tanto "este suelo, descripto tantas veces como un regalo del cielo o de la naturaleza, es... el resultado de las sucesivas etapas de manejo agrario. Sólo que estamos más acostumbrados a reconocer las obras humanas sobre la piedra y el ladrillo que sobre la vegetación natural o sobre los microorganismos del suelo" (Brailovsky y Foguelman, 1990).
Las actividades agrícolas e industriales del hombre han llegado a transformar una enorme parte del globo terrestre. Aproximadamente un 15 % de la superficie total está dedicada a la agricultura, el 10 % a la ganadería y el 20 % a la explotación forestal. De lo restante, la mayor parte está casi constantemente helada o bien es demasiado fría o demasiado montañosa para que el hombre la habite o la utilice en condiciones normales. Por lo tanto el clima, la geología y la topografía determinan qué formas de vida pueden prosperar en una zona dada, y estas formas de vida, a su vez, alteran la superficie y la fisonomía de un lugar. Cada sitio concreto es la expresión de un conjunto sumamente complejo de fuerzas vivas e inanimadas que se integran en un todo. Ya se mencionó al hombre como una de esas fuerzas, probablemente la más influyente; sus intervenciones pueden ser productivas y acertadas si los cambios que introduce son compatibles con los atributos intrínsecos del sistema natural sobre el que actúa. Ya no queda ninguna duda: la tierra está siendo continuamente cambiada, y la naturaleza está siendo humanizada.
Algunos geógrafos afirman que la geografía debería dedicarse al estudio en detalle de los mecanismos mediante los cuales el medio ambiente natural determina las actividades humanas. Pero ocurre que, tal como sostiene Dubos (Dubos, 1986), "el medio ambiente natural no determina la conducta; lo que hace es ofrecer opciones que el ser humano seleccionará según su cultura, sus aptitudes y sus preferencias personales. Al manipular la naturaleza para satisfacer sus deseos, el hombre crea su entorno... Naturalmente, los imperativos económicos influyen profundamente en la conquista de la naturaleza".
Por lucro la mayor parte de las veces, por sostener economías de subsistencia, por ignorancia o sencillamente por apego a tradiciones culturales, el subdesarrollo es un enemigo implacable de cualquier ecosistema. Detrás de la destrucción de los bosques, selvas y praderas es muy probable que se oculten siempre problemas económicos fundamentales como son el estancamiento de la agricultura, el crecimiento incontrolado de la población, el subempleo y la incapacidad de los gobiernos, una incapacidad generadora de dependencia y subdesarrolllo de la ciencia y de la tecnología.
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Bibliografía:

Brailovsky, Antonio E./Foguelman, Dina: "Memoria verde" -Historia ecológica de la Argentina- Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1990.

Campbell, Bernard: "Ecología humana" -La posición del hombre en la naturaleza-, Salvat Editores S.A., Barcelona, España, 1985.

Casas, Roberto R.: "El suelo, un recurso estratégico", Clarín Rural, Buenos Aires, 17 de enero de 2004.

Chorley, Richard J.: "Nuevas tendencias en geografía", I.E.A.L., Madrid, España, 1975.

Dubos, Rene: "Un Dios interior" -El hombre del futuro como parte de un mundo natural-, Salvat Editores S.A., Barcelona, España, 1986.

Durán, Diana (compiladora): "Los procesos de degradación y la conservación de suelos en la República Argentina", La Argentina ambiental -naturaleza y sociedad-, Lugar Editorial, Buenos Aires, 1998.

Edwards, Mike: "La civilización del valle del Indo", Revista National Geographic -en español-, Editorial Televisa Internacional S.A., México, junio 2000.

Fascículo Nueva Escuela Nº 6, Boletín informativo del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, Buenos Aires, noviembre 1993.

Galeano, Eduardo: "Las venas abiertas de América Latina", 22da. edición (revisada y corregida), Editorial Catálogos S.R.L., Buenos Aires, 2003.

Haggett, Peter: "Geografía, una síntesis moderna", Ediciones Omega S.A., Barcelona, España, 1994.

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2 - EL PROCESO DE LA EROSIÓN HÍDRICA

Los procesos de erosión hídrica vienen afectando a los suelos de la República Argentina desde hace mucho tiempo.
Ya en el año 1957 el ex Instituto de Suelos y Agrotecnia estimaba que alrededor de 34.254.000 hectáreas estaban afectadas por procesos erosivos, y de ellas el 53,4 % (aprox. 18.300.000 hectáreas) sufrían erosión hídrica.
Según datos recogidos por Diana Durán (Durán, 1998) sobre información de la Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, se estima que la erosión hídrica afecta aproximadamente a 25.000.000 de hectáreas. Teniendo en cuenta la superficie erosionada estimada en 1957, el incremento en treinta años fue de 6.700.000 hectáreas. Por lo tanto la superficie afectada por erosión hídrica en el país creció a un ritmo de 223.000 hectáreas por año. El informe "El deterioro del ambiente en la Argentina" (FECIC-PROSA-AACSA, 1986), estimaba la erosión hídrica de moderada a grave en 21.400.000 hectáreas.
El proceso de erosión hídrica comienza con el impacto de la gota de lluvia sobre las partículas del suelo. Al desprenderse las partículas de la estructura original del suelo, luego son transportadas por el agua de lluvia a lo largo de la pendiente hasta sedimentarse en lugares bajos o acumularse en canales, alcantarillas, represas, etc. con los consiguientes peligros de taponamientos e inundaciones y afectando la navegabilidad de las vías fluviales.
La magnitud de las pérdidas de suelo es lo que permite valorar y dar justa dimensión a los efectos de la erosión. Una precipitación de 50 mm., que produce una erosión moderada, puede arrastrar 0,2 mm. de suelo, o sea 3.200 kilogramos por hectárea de suelo. Esta es una energía equivalente a 25 toneladas de TNT ó dinamita. Si en un año hay 10 precipitaciones de igual intensidad, se perderán 2 mm. de suelo. A los 50 años se habrán perdido 10 cm. de suelo, cuya formación requirió unos 2.000 años en condiciones naturales.
Algunos autores estiman que la tasa de formación de suelo en condiciones de uso agrícola se puede aumentar a 25 mm. de suelo en 30 años, o sea 0,85 mm./año.
Tomando un ejemplo concreto en la zona de Pergamino, provincia de Buenos Aires, un suelo con 1 % de pendiente y con una longitud de 500 metros, puede perder teóricamente estando bajo cultivo de maíz de forma tradicional hasta 42 toneladas por hectárea al año, o sea 3,3 mm./año (Fundación Cargill, 1988).

2.1 - Formas de erosión

La erosión hídrica se manifiesta en tres formas distintas, las que corresponden a otros tantos pasos de su proceso.
La erosión es laminar o mantiforme cuando el agua remueve y arrastra un manto superficial del suelo. Ello ocurre, por lo regular, en los terrenos de poca inclinación, produciéndose de una manera tan lenta, uniforme y gradual que sus perjuicios son difíciles de apreciar a simple vista y a corto tiempo. No obstante, la variación del color del suelo hacia tonos más claros es un signo seguro de sus efectos que, por otra parte, se van reflejando en una progresiva disminución de los rendimientos en las cosechas.
Este tipo de erosión es la más frecuente y generalizada en nuestro país y marca el comienzo de una destrucción que con el tiempo se acentúa considerablemente. Su importancia es mucho mayor en las zonas agrícolas y de praderas que en las boscosas.
Cuando se observan sobre el terreno numerosos canalículos y zanjitas, la erosión se denomina digital, por analogía con el aspecto que esas pequeñas excavaciones presentan con los dedos de una mano abierta.
Dentro del proceso de la erosión pluvial esta forma constituye su segundo paso, y significa que el agua ya ha encontrado sus vías naturales de desagüe, intensificando el desgaste del suelo y exponiéndolo a una profundización mayor en los lugares afectados.
En las tierras de cultivo los signos de la erosión digital a menudo no llegan a advertirse, pues las labores borran los pequeños canales formados.
La erosión por zanjas, también denominadas cárcavas, última fase del proceso, es la forma más espectacular y máxima del mismo.
Los canalículos y zanjitas se transforman en zanjas de grandes dimensiones, las que surcan los campos, socavándolos cada vez más. Las hondonadas y desmoronamientos que se producen terminan por inutilizar parcial o totalmente el terreno, convirtiéndose las zanjas con frecuencia en torrentes o arroyuelos que conducen el agua de lluvia y los componentes del suelo destruido hacia los arroyos y ríos.

2.2 - Causas de erosión

En el manejo del suelo que explota, el hombre aplica diferentes prácticas, que de no adaptarse a un sistema racional son causas inevitables de erosión. Entre estas causas se incluyen el pastores abusivo, el laboreo inapropiado del suelo, la deforestación desordenada y la quema de la vegetación.
La deforestación desordenada, muy común en los bosques y montes vírgenes, sobre todo, ha sido y continúa siendo una de las principales causas de la rápida deterioración del suelo en grandes sectores.
La tala sin medida de los bosques, ya para el aprovechamiento directo de los árboles, o como tarea previa para la agricultura ulterior, promueve una enérgica acción del agua sobre el suelo despojado de una cubierta natural tan efectiva.
La quema de la vegetación espontánea, sea para limpiar las áreas desmontadas (rozado) o a fin de mejorar los pastos sólo de modo pasajero, como así también la destrucción de los rastrojos por el fuego, priva al suelo de considerables reservas de materia orgánica, tan fundamental para su cohesión, dejándolo, además con frecuencia, desnudo, sin plantas ni restos vegetales que contengan la marcha del agua.
El pastoreo abusivo, tanto por el exceso de cabezas en una determinada superficie, como por la entrada del ganado a la pradera en tiempo inoportuno, pronto agota la cubierta herbácea.
Empobrecidas las pasturas y dificultada su regeneración, el suelo pierde su mejor protección contra el agua, la que también aprovecha las numerosas remociones de la superficie originadas por el desplazamiento intenso de los animales.
La causa que provoca el mayor desgaste del suelo, al menos en nuestro país, es el laboreo inapropiado de las tierras en declive, con pendientes.
El cultivo que se realiza siguiendo el sentido de la pendiente, es decir, en surcos rectos, facilita marcadamente la acción del agua, que al no encontrar obstáculos para su libre movimiento, arrastra enormes cantidades de suelo.
A las pérdidas de suelo que ese método desatinado ocasiona, hay que añadir el desperdicio absoluto del agua, cuyo almacenamiento normal en aquel permite una mejor evolución del cultivo cuando las lluvias escasean.

2.3 - Grados de erosión

Por el grado de erosión se entiende la magnitud que el proceso alcanza en un punto y momento determinados. Equivale a una valoración directa de la erosión sobre el terreno, para deducir la intensidad del fenómeno en el área que se considera.
El grado responde a escalas convencionales y para establecerlo se comparan perfiles de suelo, estimándose en el caso de la erosión hídrica la reducción del perfil alterado con respecto a otro normal.
La escala que usualmente se emplea para calificar la erosión, valora el desgaste observable en la capa superior del suelo. Los grados son los siguientes:

a) Erosión ligera: pérdida de hasta un 10 por ciento.
b) Erosión moderada: de 11 a 25 por ciento.
c) Erosión severa: de 26 a 50 por ciento.
d) Erosión grave: mayor al 50 por ciento.

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Bibliografía:

Bellati, Jorge I.: "Conservación del suelo y del agua" -Publicación Nº 416-, Ministerio de Agricultura y Ganadería, Dirección General de Investigaciones Agrícolas, Instituto de Suelos y Agrotecnia, Buenos Aires, 1957.

Casas, Roberto R.: "El negocio es cuidar el suelo", Clarín Rural, Buenos Aires, 05 de julio de 2003.

Fundación Cargill: "Erosión" -Sistemas de producción, manejo y conservación del suelo y del agua-, Buenos Aires, 1988.

Gavande, Sampat A.: "Física de suelos" -Principios y aplicaciones-, Cap. 1 (Manejo de suelo y agua), Editorial Limusa-Wiley S.A., México, 1973.

Lorenzatti, Santiago: "El suelo tiene termómetro", Clarín Rural, Buenos Aires, 29 de mayo de 2004.

Olivier, Henry: "Riego y clima", -Nuevos métodos para la planeación y desarrollo de los recursos hidráulicos-, Compañía Editorial Continental S.A., México, 1975.

Rognon, Pierre: "Lucha sin vigor contra la desertificación", Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, Nº 20, Buenos Aires, febrero de 2001.

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3 - LA FORMACIÓN DE LOS SUELOS

El suelo es la capa superficial en continua transformación física, química y biológica, sobre la cual se arraiga la vegetación. Está formado por distintos horizontes que se identifican por la coloración y el tamaño de las partículas que lo integran.
Estos horizontes son tres y se los designa con las letras A, B y C; se los puede observar en un perfil de suelo completo, aunque a veces puede faltar el horizonte B.
El horizonte A, denominado eluvial, sufre la disolución de las capas que contiene, por el lavado de las aguas de infiltración.Estas sales en disolución son llevadas al horizonte B o iluvial, en donde se depositan.
El horizonte C, llamado roca madre, constituye el material sobre el cual se desarrolla el suelo.
Las características del suelo dependen esencialmente de la roca madre y de las condiciones climáticas del medio en que se desarrolla; de ahí que una misma roca madre pueda dar distintos tipos de suelo. Por ejemplo, en la provincia de Misiones, bajo un mismo clima subtropical sin estación seca, el basalto da un suelo arcilloso limoso de color rojizo; en cambio en la Patagonia Extrandina, bajo un clima árido frío, origina un suelo regolítico derivado de la disgregación del mismo basalto, sin alteración química y de color pardo oscuro o grisáceo.
"En cuanto al color, los suelos rojizos son ricos en óxido de hierro y denotan regiones de buena infiltración de las aguas; el color amarillento anaranjado indica que ha habido una hidratación de los óxidos; los suelos grises azulados denotan una infiltración escasa y aguas estacionadas; los suelos de color pardo oscuro o negro (denominados "chernozión") indican la presencia de humus, sustancia orgánica descompuesta que produce gran fertilidad. Los suelos blanquecinos son salinos" (FitzPatrick, 1987).

3.1 - Su relevamiento en Argentina

En la República Argentina, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) realiza el relevamiento permanente de los suelos utilizando métodos muy modernos que incluyen la interpretación de fotografías aéreas, imágenes satelitales, los estudios de campo y las investigaciones en los laboratorios. Preparó el Mapa Edafológico de la República Argentina y la Carta de Suelos a una escala más grande, 1 : 50.000, sobre la cual se han delimitado las "series de suelos" por medio de letras. La carta va acompañada por un informe en el que se detallan las características del área en cuanto a relieve, hidrografía, clima, vegetación, etc., así como el uso actual de la tierra.

3.2 - Clasificación de los suelos

La clasificación de los suelos en nuestro país se realiza de acuerdo con la utilizada por el Servicio de Suelos de los Estados Unidos de América, denominada "de la 7ma. Aproximación", y que comprende los diez órdenes siguientes:

1. Entisoles. Suelos poco desarrollados sobre material de acarreo, rocosos. Generalmente los horizontes no se diferencian. dentro de estos suelos se distinguen los litosoles, que son arenosos, medanosos. Se encuentran en zonas de Cuyo y de la Patagonia.

2. Vertisoles. Suelos arcillosos que al humedecerse se hinchan y, al secarse, se agrietan y se parten. Son los suelos de gran parte del sur de la provincia de Corrientes y de Entre Ríos. Debido a su agrietamiento crean grandes problemas en cuanto a la estabilidad de las viviendas y son muy propensos a la erosionabilidad.

3. Inceptisoles. Suelos poco evolucionados, pero que contienen materia orgánica. Se los localiza en los valles del noroeste de Salta y Jujuy y en algunos patagónico-andinos.

4. Aridisoles. Suelos propios de las regiones áridas, de color amarillento. Contienen humus en muy escasa proporción. Arenosos y de fácil filtración del agua. Se desarrollan en la diagonal árida de la Argentina.

5. Molisoles. Suelos muy bien desarrollados, de color pardo oscuro, ricos en humus y bien drenados. Abundan en la llanura Pampeana, en los conos de deyección que forman el pie de monte de las sierras Pampeanas y otras.

6. Spodosoles. Suelos de color gris claro o gris ceniza, correspondientes a zonas de clima frío y húmedo; de ahí que sean suelos muy lavados. Presentan los horizontes muy distintos entre sí. Se desarrollan en los bosques de coníferas. Abundan en los bosques fueguinos.

7. Alfisoles. Suelos muy arcillosos que se desarrollan en climas húmedos, con drenaje imperfecto y poca materia orgánica. Son suelos de la pampa deprimida, recorrida por el río Salado, de las zonas de los esteros correntinos, etc.

8. Ultisoles. Suelos rojizos, ricos en óxido de hierro, desarrollados en un clima tropical o templado, arcillosos, poco fértiles. Se los localiza en sectores de las provincias de Misiones y Corrientes, Chaco, Santiago del Estero y Formosa.

9. Oxisoles. Suelos rojizos con gran proporción de óxidos de hierro, desarrollados en climas subtropicales sin estación seca. Si no han sido muy utilizados, son de gran fertilidad. Se encuentran en gran parte de Misiones y el nordeste y centro de Corrientes.

10. Histosoles. Suelos con coloración pardo oscura, con alto contenido de materia orgánica, pero muy poco descompuesta. Se forman en ambientes de gran humedad y aguas estancadas. Corresponden a los suelos de las turberas del sur de Santa Cruz, de Tierra del Fuego e islas Malvinas, así como a los mallines de la cordillera Andino-Patagónica.

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Bibliografía:

Barreira, Eduardo A.: "Fundamentos de edafología para la agricultura", Edit. Hemisferio Sur, Buenos Aires, 1978.

Conti, Marta -coordinadora-: "Principios de edafología" -con énfasis en suelos argentinos-, Editorial Facultad Agronomía, Buenos Aires, 2000.

Espartel, Lélis y Lüderitz, Joâo: "Caderneta de campo" -A natureza do solo-, Editora Globo, Porto Alegre, Brasil, 1977.

FitzPatrick, E. A. : "Suelos: su formación, clasificación y distribución", Compañía Continental, S. A. de C. V., México, 1987.

Quarleri, Paulina: "Geografía de la República Argentina" -Suelos-, Editorial Kapeluz, Buenos Aires, 1991.

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4 - FACTORES FÍSICOS QUE INFLUYEN EN LA EROSIÓN HÍDRICA

Para que se produzca erosión por el agua deben coexistir una serie de "factores predisponentes" que, en la medida que se combinen, determinan los distintos grados de erosión que ya fueron tratados en 2.3.
Un primer factor es la precipitación; las gotas de lluvia ejercen su acción destructiva sobre las partículas del suelo que a su vez van obturando y sellando los poros, de modo que la velocidad de infiltración de agua disminuye y aumenta el escurrimiento hacia las zonas bajas.
La influencia de las precipitaciones se da en tres aspectos: intensidad, cantidad total y distribución.
La intensidad es un parámetro de gran importancia, ya que a medida que se incrementa, corresponde un mayor tamaño de gota y consecuentemente un aumento en su poder destructivo. Es lógico que al momento de intentar diseñar algún tipo de sistema de control de la erosión hará falta conocer los datos de intensidad máxima de precipitaciones.
La cantidad total influye en la medida en que al aumentar, hay más agua en exceso y por lo tanto aumenta el escurrimiento. Esto es particularmente importante cuando el suelo ya está mojado.
Finalmente, la distribución también interesa ya que las precipitaciones más frecuentes (aquellas otoño-primaverales para nuestro país) encuentran los suelos generalmente desprotegidos de vegetación.
Un segundo factor es el suelo, respecto al cual se ha considerado conveniente prestarle un tratamiento especial.

4.1 - Desprendimiento y transporte del suelo

La erosión del suelo consiste en dos procesos: desprendimiento o desagregación y transporte. En general, la desagregación aumenta al aumentar el tamaño de las partículas de suelo, mientras que el transporte aumenta al disminuir dicho tamaño. De aquí resulta que las partículas de arcilla se desprenden con mayor dificultad que los granos de arena, pero, en cambio, son más fáciles de transportar que éstos.
La erosión del suelo por el agua (prescindiendo de la erosión por salpicadura) no ocurre si no hay escurrimiento. Los suelos con grandes partículas estables, como granos de arena o agregados aglutinados con hierro, raramente sufren la erosión, porque pocas veces el agua de la lluvia cae más deprisa que lo que la absorbe el suelo.
Un suelo con 2 a 5 por ciento de materia orgánica puede contener agregados relativamente estables, pero estos agregados son incapaces de resistir la acción conjunta de la humectación y de la percusión de las gotas de agua de la lluvia. Los agregados se deshacen y sus restos ocasionan la obturación de los huecos o poros de la superficie del suelo. El efecto de esta obturación, unido a la disminución natural de la infiltración con el pasar del tiempo, debida al descenso del gradiente hidráulico, hace que prontamente la velocidad de absorción de agua por el suelo sea inferior a la intensidad de la lluvia durante los aguaceros intensos. A partir de este momento, la erosión depende de la pendiente y, por consiguiente, de la velocidad del agua de escurrimiento, así como de la facilidad con que las gotas de agua de la lluvia y el agua de escurrimiento desagreguen el suelo.
Cuando se inicia el escurrimiento, los agregados todavía no han sido divididos completamentey, durante corto tiempo, el agua de escurrimiento arrastra consigo una gran masa de agregados pequeños.
Cuando la película superficial se ha formado completamente por la obturación de los huecos de la superficie del suelo y la consolidación debida a las gotas de agua de la lluvia, se reduce la velocidad de la erosión y ésta únicamente arrastra partículas finísimas arrancadas de la película. Llegado este estado, la magnitud de la erosión depende de las propiedades del suelo. En los suelos limosos de limo grueso y los arenosos con poca arcilla, la velocidad de infiltración se mantiene en valores bastante grandes, a pesar del apelmazamiento de la superficie del terreno. El escurrimiento, y por consiguiente la erosión, son menores que en los suelos de textura más fina. Por el contrario, en los suelos arcillosos compactos se forma en la superficie una película de compacidad tal que las gotas de agua de la lluvia sólo pueden desprender de tal película muy pocas partículas. En este caso, el escurrimiento es muy considerable, pero la erosión es pequeña.
Una cuestión importantísima que hay que tener presente aquí es que, durante una lluvia intensa de duración considerable, los agregados se deshacen cualquiera que fuese su estabilidad primitiva. Este punto será de suma importancia al tratar el problema específico de la erosionabilidad de los suelos en la zona de estudio que enfoca esta investigación.
Entonces, si todos los agregados se deshacen durante una lluvia en las condiciones descritas, cabe preguntarse: ¿es la inestabilidad de los agregados un factor realmente importante en la lucha contra la erosión? En las condiciones ideales que acaban de exponerse, cuando una lluvia continua muy intensa persiste hasta que todos los agregados se deshacen, la estabilidad relativa de los agregados no tiene gran importancia en la reducción de la magnitud de la erosión. Sin embargo, en las condiciones reales, esta estabilidad es muy importante. La diferencia está en las condiciones que realmente se dan en la naturaleza. Estas condiciones son las siguientes:

a) Raramente ocurre una lluvia de intensidad constante. Cada vez que la intensidad de un aguacero varía, se origina un nuevo conjunto de condiciones. Cuando la intensidad nueva es mayor que la precedente, el equilibrio de la obturación de la superficie se rompe y la erosión se acelera durante un breve periodo hasta que se alcanza un nuevo equilibrio. Las lluvias muy intensas son de corta duración y cuando en el suelo existen agregados estables, aquellas quizás no han comenzado aún a ocasionar erosión en el momento en que finaliza el periodo de gran intensidad. Por el contrario, en condiciones análogas, los suelos con agregados inestables pueden sufrir una erosión apreciable.

b) Con los instrumentos de labranza es imposible dar al terreno una superficie perfectamente lisa (lo mejor para conseguir una superficie aproximadamente lisa es emplear un rastrillo de mano). Cuando deliberadamente se deja irregular la superficie del terreno, la erosión ocurre solamente desde los puntos altos a los bajos en una superficie muy pequeña, hasta que se forman surcos o acanaladuras por donde son arrastradas las partículas desprendidas del suelo. Cuando este tiene agregados estables, los puntos altos conservan un gran poder de absorción, aunque en los bajos se haya producido la obturación de los huecos de la superficie. Por eso los daños ocasionados por una fuerte lluvia se reducen al mínimo en aquellos campos donde los cultivos se han hecho siguiendo las curvas de nivel.

c) En los declives de pendiente superior a 3 por ciento la película superficial sufre la erosión. Esta erosión de la película superficial aumenta al aumentar la pendiente. Cuando la película queda erosionada se inicia nuevamente el ciclo de la formación de la película, dependiendo la rapidez de esta formación de la estabilidad de los agregados.

4.2 - Infiltración y permeabilidad de los diferentes horizontes

La velocidad de infiltración en un suelo seco es muy grande durante breve tiempo. A medida que el suelo se humedece la velocidad de infiltración disminuye rápidamente hasta que, por último, se alcanza una velocidad de equilibrio. Esta velocidad de equilibrio depende de ciertas características del suelo (sobre todo de la textura y la estructura). En un suelo húmedo la velocidad de infiltración se inicia con un valor próximo al de la velocidad de equilibrio y alcanza el valor de ésta poco después de que el terreno recibe agua.
La disminución de la velocidad de infiltración con el tiempo ocurre cualquiera que sea el modo en que el agua se ponga en contacto con el terreno. La obturación de las grietas y huecos de la superficie del suelo, debida al choque de las gotas de agua de la lluvia, acelera el ritmo de esta disminución y rebaja el valor de la velocidad de equilibrio. La prevención de dicha obturación mediante coberturas orgánicas muertas o cubiertas vegetativas mantiene en valores elevados la velocidad de infiltración y, por consiguiente, reduce el escurrimiento y la erosión.
Las condiciones en que las lluvias precedentes dejaron la superficie del suelo contribuyen a determinar la velocidad de infiltración, a menos que después de tales lluvias se haya labrado la tierra. Cuando el suelo superficial ha sido dispersado y la agregación ha sido destruída, una lluvia posterior reconstituye la película superficial en varios minutos. De este modo, la velocidad de infiltración disminuye hasta un valor de equilibrio poco después de iniciarse la lluvia.
La infiltración depende también del contenido de humedad del suelo al comenzar la lluvia. La capacidad de retención de agua de un suelo seco es considerable. Por ello, la velocidad inicial de infiltración es muy grande hasta que dicha capacidad comienza a satisfacerse. Finalmente, cuando no han sido obturados los huecos de la superficie del suelo, éste goza de una velocidad de infiltración igual a la velocidad de desplazamiento del agua en un suelo húmedo. En un suelo que ya está húmedo, aunque no del todo, la capacidad de retención de agua está casi satisfecha y el agua penetra en él desde un principio con una velocidad aproximadamente igual a la de desplazamiento del agua en un suelo completamente húmedo. La humedad en este caso es relativa, puesto que, en un suelo bien avenado, el agua siempre se desplaza por existir en él una cierta tensión, y la saturación únicamente ocurre en la misma superficie (6 mm. aproximadamente).
El agua se desplaza en el suelo con velocidad directamente proporcional a la humedad del mismo, siendo máxima esta velocidad de desplazamiento en la saturación y disminuyendo rápidamente a medida que el suelo se vuelve más seco. Por esta razón, la obturación de la superficie reduce la velocidad del desplazamiento del agua en dos maneras: primera, permitiendo que el agua penetre en el suelo sólo muy lentamente; y segundo, haciendo más lento el desplazamiento del agua al mantener el suelo más seco.
Aparte la relación entre la infiltración y la humedad del suelo, el desplazamiento del agua en los suelos depende de diversas características propias de éstos. Una de las características es la porosidad. El agua se desplaza más fácilmente en un suelo poroso que en un suelo compacto, a causa, sobre todo, del obstáculo que opone al flujo líquido el suelo compacto.
Los horizontes subyacentes influyen en la velocidad de infiltración. Un horizonte más poroso o menos poroso que la capa superficial obstaculiza el flujo de agua. Sin embargo, cuando este horizonte está a 20 - 25 centímetros por debajo de la superficie, la infiltración no varía grandemente durante un aguacero, a no ser que éste sea muy intenso o que el suelo estuviese ya húmedo al iniciarse la lluvia.
Como el agua se desplaza en el suelo por existir en él una diferencia de tensión, el desplazamiento se verifica en el sentido de la tensión mayor (menor humedad). Por esta causa, el agua que se desplaza en un suelo franco limoso no penetra en una capa de arena hasta que el suelo franco limoso se humedece en tal grado que su propia tensión de humedad es menor que la de la arena (ésta puede estar cerca de la saturación). Cuando esta capa de arena está inmediata a la superficie, la capa de suelo franco limoso suprayacente puede permanecer en estado de casi saturación durante los períodos de lluvia, y la infiltración será pequeña.
Una capa compacta cercana a la superficie hace más lento, por su menor porosidad, el desplazamiento del agua. Esta disminución de la velocidad de desplazamiento del agua no se traduce en una disminución inmediata de la velocidad de infiltración. Sin embargo, el contenido de humedad de la capa suprayacente comienza prontamente a aumentar. Cuando el suelo recibe bastante agua, la velocidad de infiltración decrece. El exceso de agua en la capa suprayacente más porosa, se desplaza con el tiempo a la capa más compacta, porque la tensión es mayor en ésta. Sin embargo, cuando la capa compacta está seca, la penetración de agua en ella se ve obstaculizada. Por otra parte, cuando la capa compacta está cercana a la saturación, lo que ocurre cuando la capa subyacente es más porosa, la penetración de agua en la capa compacta es obstaculizada también. Con el pasar del tiempo esto hará que la capa suprayacente se sature, reduciéndose así la velocidad de infiltración.

4.3 - La agregación y la obturación de la superficie del suelo

La formación de agregados depende de la materia orgánica (excepto en el caso de la aglutinación por el hidróxido de hierro) y del tipo de bases que el suelo contiene. Los subsuelos desprovistos de materia orgánica tienen agregados muy inestables. Un suelo rico en materia orgánica (15 a 20 por ciento del porcentaje de arcilla) recupera en un año su agregación cuando se la ara, aunque su superficie se pulverice por la acción de las gotas del agua de la lluvia al efectuar la arada. Sin embargo, estos agregados quizás no sean muy estables si no se hechó materia orgánica en el suelo al ararlo. Los cationes bivalentes (calcio, por ejemplo) aumentan la agregación, y los monovalentes (sodio, por ejemplo) la disminuyen y dispersan el suelo.
La materia orgánica en rápida descomposición forma agregados estables, pero esta materia orgánica es muy sensible al ataque por los microorganismos. Los agregados que se forman de este modo no permanecen largo tiempo estables. Un ejemplo de este tipo de agregación se da cuando se entierra un cultivo de abono verde y se le mezcla bien con el suelo. Los agregados que así se forman alcanzan la estabilidad máxima en cuatro o seis semanas, pasadas las cuales la estabilidad disminuye rápidamente.
La agregación más estable es la que ocurre cuando una vieja pradera de gramíneas o de gramíneas/leguminosas se ara. El término "gramínea/leguminosa" se refiere a una mezcla de gramínea y semillas de leguminosa sembradas conjuntamente. La razón de esta estabilidad está en la excelente distribución de los productos de descomposición de las raíces de las gramíneas. Estos productos suministran materia orgánica muy bien distribuida para la formación de los agregados. La estabilidad de estos agregados disminuye con el tiempo, pero ellos proporcionan una protección excelente contra la erosión durante los dos o tres meses siguientes a la arada de un campo.
El mecanismo de la formación de los agregados es sumamente compleja y no se conoce muy bien, sabiéndose únicamente que depende de la arcilla, la materia orgánica, los cationes bivalentes y la desecación. Una explicación de este mecanismo es que la arcilla y la materia orgánica se unen mediante "puentes" de cationes bivalentes. Es sabido que los cationes monovalentes no enlazan sino que dispersan las partículas de suelo. El mecanismo por el cual la materia orgánica estabiliza los agregados se conoce algo mejor. Interviene en él la velocidad de humectación que es un factor primordial en la descomposición de los agregados. Los agregados que se humedecen con mucha rapidez se descomponen casi inmediatamente con sólo echarles agua. Esta rápida descomposición se ha atribuido a una explosión debida al aire encerrado en el agregado, y puede que en parte se deba a esto, pero ciertamente se debe también a la rotura de los debilísimos enlaces durante la humectación rápida. Los agregados pobres en materia orgánica se descomponen simplemente por la acción de la humedad. Cuando a esta acción se suma la gran energía de las gotas de agua de la lluvia, la agregación se destruye por completo con unas pocas gotas.
Un factor importante en la velocidad de humectación es el "ángulo de humectación" que forman el agua y el suelo. En los suelos desprovistos de materia orgánica el ángulo de humectación vale cero. A medida que aumenta el contenido de materia orgánica del suelo comienza a crecer el ángulo de humectación y a disminuir la velocidad de humectación. Los agregados pueden impermeabilizarse prácticamente echando en el suelo suficiente materia orgánica fácilmente descomponible.
Otro factor que influye en la velocidad de humectación de los agregados es su contenido de humedad en el momento en que comienza a llover. Los agregados muy secos absorben el agua muy rápidamente y parece que explotan al humedecerse. Los agregados muy húmedos tienen ya debilitados los enlaces. Los agregados ni muy secos ni muy húmedos son los más estables.

4.4 - El espesor de la capa arable

El espesor de la capa arable influye de diversas maneras en la erosionabilidad del suelo. Uno de los efectos de dicho espesor se ejerce sobre la infiltración que, a su vez, influye en la erosión. La capa arable es generalmente homogénea. Esto permite que la infiltración del agua proceda sin obstáculos durante cierto tiempo hasta que el agua alcanza capas de porosidad diferentes. Otro efecto se manifiesta sobre el contenido de materia orgánica de la superficie del suelo. Cuando la capa arable es poco espesa y, en la arada, el subsuelo se mezcla con ella, su contenido de materia orgánica disminuye. Esto se traduce en una menor estabilidad de los agregados y en una erosión mayor.
Otro efecto se deja sentir sobre la fertilidad general del suelo. Cuánto más espesa es la capa arable mayor es la cantidad de nitrógeno que se desprende y, por consiguiente, la cubierta vegetativa que se produce es más considerable y las pérdidas debidas a la erosión son menores que las que ocurren en los suelos con capa arable poco espesa.
De lo que antecede se deduce que la erosión hace que se produzca todavía más erosión. En los casos en que los declives son muy inclinados, la erosión de la capa arable puede dejar el terreno en condiciones tales que la cubierta vegetativa no prospere sin la utilización de abonos. Cuando el empleo de éstos no es económicamente factible, este terreno puede ser prontamente disecado por cárcavas y resultar inútiles para la agricultura. Además, de dicho terreno pueden desprenderse sedimentos que van a depositarse, durante los períodos de inundaciones, en los embalses, en los cauces de los cursos de agua y en los terrenos de cultivo valiosos de los valles.

4.5 - Capacidad de retención de agua

El efecto de esta capacidad sobre la erosión se confunde con el efecto que ejerce la textura. La textura de un suelo es la principal causa determinante de la capacidad de retención de agua del mismo. Los suelos con texturas distintas se erosionan de manera diversa dabido a las diferencias de infiltración, percolación y desagregación.
Un efecto directo de la capacidad de retención de agua sobre la infiltración se manifiesta en la cantidad de agua que un suelo contiene al comenzar a llover. Un suelo arenoso no puede retener mucho agua, por lo que el agua excedente pasa rápidamente a las capas de suelo más profundas. Por ello, los suelos arenosos tienen siempre espacios lagunares disponibles para albergar agua. Por el contrario, los arcillosos pueden retener gran cantidad de agua, y en ellos ésta puede llenar gran parte de los espacios lagunares existentes. Cuando llueve sobre suelos arcillosos que ya contienen mucha agua, como estos suelos tienen pocos espacios lagunares libres para absorber más agua, ésta, en su mayoría, corre sobre el terreno.
Por estas razones, la capacidad de retención de agua influye en la cantidad de agua que puede correr sobre el terreno durante las lluvias intensas. Por consiguiente, puede suponerse que la capacidad de retención de agua causa erosión por su influencia sobre la desagregación del suelo por el agua de escurrimiento. La arena se desprende fácilmente del suelo y es arrastrada sin dificultad por el agua de escurrimiento dotada de gran velocidad. Por el contrario, las arcillas se adhieren al terreno, siendo prácticamente imposibles desprenderlas de él. Sin embargo, casi todos los suelos tienen una textura intermedia entre la arenosa y la arcillosa y reaccionan ante los aguaceros en modo también intermedio a como lo hacen los suelos arenosos y los arcillosos.

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Bibliografía:

Barreira, Eduardo A.:
"Fundamentos de edafología para la agricultura", Editora Hemisferio Sur, Buenos Aires, 1978.

Conti, Marta:
"Principios de edafología" -Con énfasis en suelos argentinos-, Editorial Facultad de Agronomía, Buenos Aires, 2000.

Gavande, Sampat A.:
"Física de suelos" -Principios y aplicaciones-, Cap. 1 (Manejo de suelo y agua), Editorial Limusa-Wiley S.A., México, 1973.

Lorenzatti, Santiago:
"El suelo tiene termómetro", Clarín Rural, Buenos Aires 29 mayo de 2004.

UNESCO:
"Agua, vida y desarrollo" -Tomo 3: técnicas-, UNESCO-ORCYT (Oficina Regional de Ciencia y Tecnología), s/ed., Montevideo, Uruguay, 1991.
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5 - LA CUBIERTA O VEGETACIÓN COMO PROTECCIÓN DEL SUELO CONTRA
      LA EROSIÓN HÍDRICA

La cubierta vegetal o vegetación protege de diversas maneras el suelo contra la erosión:
  • amortigua el choque de las gotas de agua de la lluvia con el suelo;
  • ofrece resistencia al agua en movimiento y disminuye la velocidad de escurrimiento;
  • las raíces de las plantas contribuyen a mantener fijo el suelo;
  • las raíces y los restos de las plantas ayudan a mejorar la estructura del suelo haciéndolo más poroso y más apropiado para absorber el agua de la lluvia.
La facultad de las plantas y la cubierta vegetal de proteger el suelo contra la erosión depende no sólo de la densidad con que crecen las plantas sino también de su desarrollo total.
5.1 - Barbecho desnudo

Se denomina barbecho al sector de campo que se deja de arar y pastorear para permitir su recuperación durante un período determinado. El barbecho desnudo se refiere al terreno labrado y sin vegetación.
La máxima erosión posible se produce en los terrenos en barbecho desnudo arados al comienzo de la barbechera. El efecto de la cubierta vegetal sobre la reducción de la erosión es mínimo en este caso. La energía de las gotas de agua de la lluvia se absorbe directamente en la superficie del suelo. Rápidamente se forma una película obturadora superficial y pronto el agua corre sobre ella con la máxima velocidad. Cuando el tiempo transcurrido entre una y otra lluvia es corto y en él el suelo no se ha labrado, el escurrimiento se inicia mucho antes durante la segunda lluvia. La película superficial se vuelve a formar casi inmediatamente después del inicio de la segunda lluvia. Además, la humedad del suelo puede ser grande porque no hay en él vegetación que le reste agua por transpiración. La evaporación luego que el suelo se seca, es un proceso muy lento.
La magnitud de la erosión en los suelos en barbecho desnudo depende del cultivo a que se los dedicó anteriormente, de si se dejaron o no se dejaron en ellos restos de los cultivos, y de la magnitud de la detención superficial debida a las labranzas primaria y secundaria. Un terreno dejado en barbecho después de varios años de cultivar en él gramíneas perennes, por ejemplo, no es tan sensible a la erosión como un suelo semejante dedicado al cultivo continuo del maíz o del algodón y en el que no se deje resto alguno.
Un método eficaz de proteger contra la erosión los suelos en barbecho desnudo consiste en el empleo de instrumentos de labranza que no revuelvan el suelo sino que dejen en su superficie los restos del cultivo precedente. Estos restos rompen las gotas de agua de la lluvia y reducen la energía de las mismas hasta valores muy pequeños. También disminuyen la velocidad del agua de escurrimiento y, por consiguiente, aminoran su capacidad de transporte.

5.2 - Praderas

Las praderas perennes (gramíneas, trébol,etc.) son la mejor cubierta vegetal posible para prevenir la erosión. Una alfombra espesa de gramíneas o de gramíneas y leguminosas disipa la energía de las gotas de agua de la lluvia, impidiendo casi completamente la obturación de la superficie del terreno y manteniendo en éste una infiltración mayor y más prolongada que la que ocurre cuando se produce la obturación. Asimismo, el avance del agua de escurrimiento se hace más lento, hasta tal extremo que esta agua no transporta ya tierra. Otro efecto de las praderas perennes es que reducen continuamente la humedad del suelo por la transpiración y dejan espacio para cada lluvia sucesiva. De este modo la infiltración es grande al iniciarse el aguacero. Un efecto más de las praderas perennes es que impiden que el suelo se seque por completo en la superficie. Por esta razón los agregados no se deshacen con tanta docilidad como cuando están totalmente secos al comenzar a llover.

5.3 - Cultivos

Las posibilidades de que exista erosión del suelo son mayores en el caso de los cultivos que en el de las praderas, en las que las plantas crecen de manera densa. Esto se debe a que, en el primer caso, la preparación del asiento de las semillas consiste principalmente en el mullimiento del suelo y en hacer que éste se desagregue fácilmente; a que las semillas se siembran en hileras bastante separadas entre sí, con lo que queda desnuda una gran parte del suelo hasta que las plantas llegan a una fase avanzada del desarrollo; y a que de vez en cuando se efectúan labores de escarda que ahuecan el suelo y lo hacen más suelto durante algún tiempo.
El mullimiento del suelo para preparar la siembra puede disminuir o aumentar la erosión, según el carácter de las lluvias que sigan a esta operación. El mullimiento del suelo aumenta la capacidad de retención de agua del mismo. Por consiguiente, las precipitaciones poco intensas no superan la capacidad de infiltración del suelo. Cuando un aguacero es intenso y dura lo bastante para exceder la capacidad de infiltración del suelo, el suelo mullido se deshace fácilmente y se erosiona sin dificultad. Debe señalarse que cuanto más severa es la labranza mayor es el descenso de la zona de retención de agua y mayor tiene que ser la lluvia para superar la capacidad de infiltración.
Las labores de escarda pueden también aumentar o disminuir la erosión. Cuando sobre un terreno han caído diversos aguaceros se forma en aquél una película superficial obturante. Esta película generalmente se agrieta y permanece así corto tiempo para dar paso al agua, pero estas grietas se obturan rápidamente durante un aguacero. La película disminuye la infiltración y aumenta la magnitud del escurrimiento. Según la textura del suelo, la erosión puede ser mayor o menor a causa de la película superficial. Cuando el suelo es una arcilla sin partículas grandes es difícil desagregarle. Cuando el suelo tiene partículas de gran tamaño, como ocurre en los suelos franco-arenosos, estas partículas se desprenden, erosionan el fondo y los lados de los surcos, y por su acción erosiva desprenden otras partículas. Las labores de cultivo rompen la película o costra y hacen más desagregable el suelo, pero, al mismo tiempo, aumentan la velocidad de infiltración. 

5.4 - La eficacia de los montes

Los montes son muy eficaces para impedir la erosión de los suelos, sobre todo cuando se los deja actuar naturalmente. La cubierta de copas de los árboles intercepta la lluvia y reduce su energía. A las gotas de agua de la lluvia las absorbe la hojarasca, de la que pasan a la superficie del suelo muy porosa. Aunque muchos montes tienen un subsuelo relativamente impermeable, el agua de escurrimiento desaparece por lo general, sin causar daño alguno, entre las raíces en putrefacción o en las madrigueras de los animales.
Sin embargo, cuando un monte se altera, bien sea por el pisoteo del ganado o por las operaciones propias de la explotación forestal, la protección natural contra la erosión puede destruirse. La tala de árboles reduce la transpiración y pueden dejar el subsuelo perennemente húmedo e impermeable. Además, el sol, al herir la superficie del suelo, ocasiona la rápida putrefacción de la materia orgánica que hay sobre aquélla. Al desaparecer la protección contra el choque de las gotas de agua de la lluvia los suelos comienzan a sufrir la erosión. El pisoteo de los animales y el desmonte pueden destruir los cauces naturales de avenamiento y originar otros nuevos en lugares donde pueden formarse cárcavas.

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BIBLIOGRAFÍA:

* Bellati, Jorge I.: "Conservación del suelo y del agua" -Publicación Nº 416-, Ministerio de Agricultura y Ganadería, Dirección General de Investigaciones Agrícolas, Instto. de Suelos y Agrotecnia, Buenos Aires, 1957.-

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